Septiembre largo (II)


Hago un aparte y te contemplo,
una ofensa no gritar a tu paso,
la oda invisible de una admiración ausente,
un puñado de violetas que adornen tu apellido
y no zaherir silencios,
las formas lúcidas de una intención
que asoma cuando miro.
Hago con sorna un repaso a mi insistencia,
obligada reflexión sobre las no palabras,
silencios que cortan conversaciones evitadas.
Hay un paisaje convertido en cielo
donde las lunas no leen esquelas;
llueve sobre la silla que he guardado
mientras los paraguas juegan en el parque.
Así luce.
Así me luce la ironía que buscaba en los libros,
sinónimo desprovisto,
carente de aspiraciones claras,
cuando falto a la discreción que me impongo
y doy saltos desde el suelo,
inconsciente.
Creo seguir un remedio
para saborear dulces engañados,
así libero propósitos,
una meta divertida
que no distraiga ni la entrega,
la única obsesión con quien no duermo.
Entonces, un invisible y tenaz instante,
un parpadeo,
en el que te pierdo de vista,
justo cuando brindas por los lustros que no tendremos.
Tu risa levanta el veto
y por fin relato súbito
los deseos que me atan,
como un cilicio,
a tus dedos.
Dulce juventud, amarga justicia.


Ellas mandan


No las puedo tener sin tiempo
porque no se repiten,
y constantes se empeñan en ordenar sucesos.
Presente, pasado, futuro,
así de inevitable.
Si no están, no existo,
estoy porque me ofrecen la posibilidad de hacerlo,
en una dirección, nunca la contraria.
Esenciales y naturales,
tanto que estoy obligado a asumirlas.
Nunca mueren,
como la razón y la palabra.
Irremplazables
irrecuperables,
diosas que guardan las puertas del Olimpo.
Quieren ser previstas,
críticas, en punto,
empleadas y pasadas,
perdidas y extraordinarias,
decisivas y amargas,
de salida y llegada.
Las hay de gloria.
Y nos exigen una liturgia
que obliga a respetarlas.
En tiempo nocturno,
a tiempo diurno,
mis horas, cada una,
ellas mandan.-